domingo, 5 de abril de 2015

Evangelio del Lunes 6 de Abril de 2015, Octava de Pascua, según San Mateo 28,8-15.

En aquel tiempo las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos. 
De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: "Alégrense". Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. 
Y Jesús les dijo: "No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán". 
Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido. 
Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, 
con esta consigna: "Digan así: 'Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos'. 
Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo". 
Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy. 

Comentario del Evangelio por San Gregorio Magno (c. 540-604), papa y doctor 
de la Iglesia.  Homilías sobre los evangelios, 26, 2-6
“Id en seguida a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis.” (Mt 28,7)

    Con una clara intención se dijo: “Los precede a Galilea; allí lo veréis.” Galilea quiere decir: final del cautiverio. El redentor ya había pasado de la pasión a la resurrección, de la muerte a la vida, del castigo a la gloria, de la corrupción a la incorruptibilidad. Pero si los discípulos, después de la resurrección lo ven primero en Galilea, nosotros lo contemplamos en la alegría, en la gloria de su resurrección cuando abandonamos nuestros vicios para subir a las cimas de la virtud. Hay un camino a hacer: la noticia se da cerca del sepulcro, pero Cristo se deja ver en otra parte...

    Había dos caminos: nosotros conocemos uno y no el otro. Había una vida mortal y una inmortal, una corruptible y otra incorruptible, un camino de muerte y otro de resurrección. Vino el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Jesús (1 Tim 2,5) tomó sobre si la primera vida y nos reveló la segunda, perdió una vida muriendo y nos reveló la segunda resucitando. Si nos hubiera prometido a nosotros que conocemos la vida mortal una resurrección de la carne sin darnos una prueba palpable ¿quién hubiera prestado fe a sus promesas?

Evangelio del Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor, 5 de Abril de 2015 según San Juan 20,1-9.

En aquel tiempo, el primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. 
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". 
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. 
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. 
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. 
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo, 
y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. 
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. 
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos. 


Comentario del Evangelio por  San Máximo de Turín (¿-c. 420), obispo 
Sermón 53 sobre el salmo 117 ; PL 57, 361
«Este es el día de alegría y de gozo»

     «Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo» (Sl 117, 24). No es por casualidad, hermanos míos, que hoy leemos este salmo en el que el profeta nos invita a la alegría y al gozo, en el que el santo David invita a toda la creación a celebrar este día; porque la resurrección de Cristo ha abierto el abismo en el que se encontraban los muertos, los recién bautizados de la Iglesia han rejuvenecido la tierra, el Espíritu Santo ha mostrado el cielo. Los infiernos, una vez abiertos, han devuelto a los muertos; la tierra rejuvenecida hace surgir a los resucitados; y el cielo con toda su grandeza se abre para acoger a los que suben hacia él.  

     El ladrón ha subido al  paraíso (Lc 23,43); los cuerpos de los santos entran en la ciudad santa (Mt 27,53)... Por la resurrección de Cristo, todos los elementos, como por impulso, se levantan a las alturas. El infierno retorna a los ángeles que guardaba cautivos, la tierra manda al cielo a los que estaban cubiertos por ella, el cielo presenta al Señor a los que él ha acogido... La resurrección de Cristo es vida para los difuntos, perdón para los pecadores, gloria para los santos. Es así que el gran David invita a toda la creación a celebrar la resurrección de Cristo y la incita a exultar de gozo y de alegría en este día que ha hecho el Señor.

     Pero diréis..., el cielo y el infierno no han sido creados para el día de este mundo; a estos elementos ¿se les puede pedir celebrar un día que se les escapa totalmente? ¡Es que este día que ha hecho el Señor todo lo penetra, todo lo contiene, abraza conjuntamente el cielo, la tierra y el infierno! La luz que es Cristo no ha podido ser frenada por los muros, ni rota por los elementos, ni ensombrecida por las tinieblas. La luz de Cristo es verdaderamente un día sin noche, un día sin fin. Resplandece por todas partes, brilla por todas partes, permanece en todas partes.

Evangelio del Sábado Santo - Domingo de Pascua: Vigilia Pascual, 4 de Abril de 2015, según San Marcos 16,1-8.

"En aquel tiempo, pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús. 
A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro. 
Y decían entre ellas: "¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?". 
Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande. 
Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas, 
pero él les dijo: "No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto. 
Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho". 
Ellas salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo". 


Comentario del Evangelio por   San Cromacio de Aquileya (?- 407), obispo.   
Sermón 17, segundo para la Noche de Pascua; SC 154  
"Hago el universo nuevo" (Ap 21,5)          

El mundo entero, que celebra la vigilia pascual a lo largo de esta noche,  testimonia la grandeza y la solemnidad de esta noche. Y con razón: en esta noche  la muerte ha sido vencida, la Vida está viva, Cristo ha resucitado de entre los  muertos. Antaño Moisés había dicho al pueblo, a propósito de esta Vida: "Sentirás  que tu vida estará pendiente de un hilo, temblarás día y noche» (Dt 28,66 tipos de  Vulg)... Se trata allí de Cristo Señor, él mismo nos lo muestra en el Evangelio  cuando dice: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). 
Se llama camino,  porque conduce al Padre; verdad, porque condena la mentira; y vida, porque  manda sobre la muerte: "¿Muerte, dónde está tu aguijón? ¿Muerte, dónde está tu  victoria?"(1Co 15,55) Porque la muerte, que hasta ahora había vencido siempre, ha  sido derrotada por la muerte de su vencedor. La Vida aceptó morir para derrotar a  la muerte. Lo mismo que al amanecer las tinieblas desaparecen, así la muerte ha  sido aniquilada cuando se levantó la Vida eterna...          

He aquí pues el tiempo de Pascua. Antaño, Moisés habló al pueblo diciendo:  "Este mes será para vosotros el primer mes del año" (Ex 12,2)... El primer mes del  año no es pues el del enero, donde todo estaba muerto, sino el tiempo de Pascua, dónde todo vuelve a la vida. Porque es ahora cuando la hierba de los prados, en  cierto modo, resucita de la muerte, ahora que hay flores en los árboles, y que las  vides brotan, ahora que el aire mismo parece feliz como si empezara un nuevo  año... Este tiempo de Pascua es pues el primer mes, el tiempo nuevo, y en este día  el género humano también es renovado. Porque hoy, en el mundo entero, pueblos  innumerables resucitan por el agua del bautismo a una vida nueva...          

Nosotros pues, que creemos que el tiempo de Pascua es verdaderamente el  año nuevo, debemos celebrar este día santo con gran felicidad, gozo, y alegría  espiritual, con el fin de poder decir en toda verdad este estribillo del salmo: "Este  es el día en que actuó el Señor; vivámoslo con alegría y gozo" (117,24). 

Evangelio del Viernes Santo de la Pasión del Señor, 3 de Abril de 2015, según San Juan 18,1-40.19,1-42.

"En aquel tiempo Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos. 
Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. 
Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas. 
Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: "¿A quién buscan?". 
Le respondieron: "A Jesús, el Nazareno". El les dijo: "Soy yo". Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos. 
Cuando Jesús les dijo: "Soy yo", ellos retrocedieron y cayeron en tierra. 
Les preguntó nuevamente: "¿A quién buscan?". Le dijeron: "A Jesús, el Nazareno". 
Jesús repitió: "Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejen que estos se vayan". 
Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me confiaste". 
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. 
Jesús dijo a Simón Pedro: "Envaina tu espada. ¿ Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?". 
El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. 
Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. 
Caifás era el que había aconsejado a los judíos: "Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo". 
Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, 
mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. 
La portera dijo entonces a Pedro: "¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?". El le respondió: "No lo soy". 
Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. 
El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. 
Jesús le respondió: "He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. 
¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho". 
Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: "¿Así respondes al Sumo Sacerdote?". 
Jesús le respondió: "Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?". 
Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás. 
Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: "¿No eres tú también uno de sus discípulos?". El lo negó y dijo: "No lo soy". 
Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: "¿Acaso no te vi con él en la huerta?". 
Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo. 
Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. 
Pilato salió a donde estaban ellos y les preguntó: "¿Qué acusación traen contra este hombre?". Ellos respondieron: 
"Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado". 
Pilato les dijo: "Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen". Los judíos le dijeron: "A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie". 
Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. 
Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?". 
Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?". 
Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?". 
Jesús respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí". 
Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz". 
Pilato le preguntó: "¿Qué es la verdad?". Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: "Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo. 
Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?". 
Ellos comenzaron a gritar, diciendo: "¡A él no, a Barrabás!". Barrabás era un bandido. 
Pilato mandó entonces azotar a Jesús. 
Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, 
y acercándose, le decían: "¡Salud, rey de los judíos!", y lo abofeteaban. 
Pilato volvió a salir y les dijo: "Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena". 
Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: "¡Aquí tienen al hombre!". 
Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo". 
Los judíos respondieron: "Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios". 
Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. 
Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: "¿De dónde eres tú?". Pero Jesús no le respondió nada. 
Pilato le dijo: "¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?". 
Jesús le respondió: " Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave". 
Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: "Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César". 
Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado "el Empedrado", en hebreo, "Gábata". 
Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: "Aquí tienen a su rey". 
Ellos vociferaban: "¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "¿Voy a crucificar a su rey?". Los sumos sacerdotes respondieron: "No tenemos otro rey que el César". 
Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron. 
Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado "del Cráneo", en hebreo "Gólgota". 
Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. 
Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la hizo poner sobre la cruz. 
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. 
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: "No escribas: 'El rey de los judíos', sino: 'Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos'. 
Pilato respondió: "Lo escrito, escrito está". 
Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, 
se dijeron entre sí: "No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca". Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados. 
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. 
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo". 
Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa. 
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed. 
Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. 
Después de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo se ha cumplido". E inclinando la cabeza, entregó su espíritu. 
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. 
Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. 
Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, 
sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. 
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. 
Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. 
Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron. 
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. 
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. 
Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos. 
En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. 
Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús". 


Comentario del Evangelio, por Una homilía atribuida a san Efrén (hacia 306-373), diácono en siria, doctor de la Iglesia. 
“Cuando estaré levantado sobre la tierra, atraeré todo hacia mí.” (Jn 12,32)

    "Hoy avanza la cruz, la creación exulta; la cruz, camino de los descarriados, esperanza de los cristianos, predicación de los apóstoles, seguridad del universo, fundamento de la Iglesia, fuente para los sedientos... En una gran dulzura, Jesús es conducido a la pasión: es conducido al juicio de Pilato; a la hora sexta es flagelado; hasta la hora nona soporta los dolores de los clavos. Luego, la muerte pone fin a su Pasión. A la hora doce, es bajado de la cruz; parece un león dormido.

    Durante el juicio, la sabiduría se calla y la Palabra no dice nada. Sus enemigos lo desprecian y lo crucifican... Aquellos, a quienes ayer, él había dado su cuerpo como alimento, lo miran de lejos. Pedro, el primero de los apóstoles huyó el primero. Andrés también se largó, y Juan, que descansaba sobre el pecho del Señor no impidió que un soldado le traspasara el costado con una lanza. Los doce han desaparecido; no han dicho ni palabra a favor de Jesús, ellos, por los que él dio su vida. Lázaro no está allí, él que fue rescatado de la muerte. El ciego no ha llorado a aquel que le abrió sus ojos a la luz, y el cojo que puede caminar gracias a él, no ha corrido tras Jesús.

    Sólo un bandido, crucificado con él, lo confiesa y lo llama su rey. ¡O, ladrón, primicia de la cruz, primer fruto del árbol de Gólgota...! El Señor reina, la creación está llena de gozo. La cruz triunfa y todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos (Ap 7,9) vienen a adorar...en una sola Iglesia, una sola fe, un solo bautismo en la caridad. La cruz se levanta en el centro del mundo, fijada sobre el calvario".


Evangelio del Jueves Santo en la Cena del Señor, 2 de Abril de 2015, Juan 13, 1-15.

En aquel tiempo, antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. 
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, 
sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. 
Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a sacárselos con la toalla que tenía en la cintura. 
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: "¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?". 
Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás". 
"No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!". 
Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte". 
"Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!". 
Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos". 
El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos ustedes están limpios". 
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? 
Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. 
Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. 
Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes." 


Comentario del Evangelio por: San Juan-María Vianney (1786-1859), presbítero, párroco de Ars.  Sermón para el Jueves Santo.
«Los amó hasta el extremo»

 ¡Qué amor, qué caridad la de nuestro Señor Jesucristo al escoger la vigilia del
día en que habían de hacerle morir para instituir un sacramento por el cual iba a
quedarse entre nosotros, para ser nuestro Padre, nuestro Consolador y toda
nuestra felicidad! 

Más felices somos nosotros que los que vivían en tiempo de su vida mortal en que él no estaba en un lugar fijo, en que era necesario desplazarse lejos para tener la dicha de verle; hoy le encontramos en todas los lugares del mundo, y esta dicha se me ha prometido ser realidad hasta que se acabe el mundo.

¡Oh amor inmenso de un Dios por sus criaturas!
 No, nada puede hacerle parar cuando se trata de mostrarnos la grandeza de su
amor. En este momento, dichoso para nosotros, toda Jerusalén esta ardiendo, todo
el populacho hecho una furia, todos conspiran su perdición, todos quieren se
derrame su sangre adorable –y es precisamente en este momento- que él les
prepara, igual que a nosotros, la prueba más inefable de su amor.

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